Buen diagnóstico y mala medicación

Nodal | Opinión

Por Carlos Heller

Luego de los preparativos y festejos de la cumbre del G20 en Buenos Aires, a la que asistieron los principales jefes y jefas de Estado y Gobierno del mundo, los resultados, desde el punto de vista del país organizador, fueron efímeros. Rápidamente, la dura realidad de la economía argentina volvió al centro de la escena.

En una de sus intervenciones en la cumbre, el presidente argentino Mauricio Macri manifestó que “por suerte Christine Lagarde y el mundo están comprometidos en lo que nos pasa, en ayudarnos, en acompañarnos”. Esta “ayuda” que recibimos del mundo y que destaca el Presidente, no resulta la más adecuada: la realidad da cuenta de ello.

Con un nivel de actividad económica en caída, se proyecta una disminución del PIB del 2,4% para 2018, que continuaría con una reducción del 1,5% para 2019. El sector industrial mostró en octubre su sexta caída consecutiva (-6,8%). No es de extrañar que la tasa de desempleo continúe en ascenso: el último dato disponible arrojó un valor del 9,6% y todas las previsiones indican que sobrepasará los dos dígitos hacia fines del corriente año.

El universo de los ajustados es cada vez más grande. Un reciente estudio de la Universidad Católica Argentina (UCA) indica un fuerte aumento de la pobreza en el último trimestre del año, que trepó al 33,6% de la población, y un nivel de indigencia del 6,1%. Estos guarismos son los más altos en los últimos diez años. Las cifras de la UCA son compatibles con un informe difundido por UNICEF a principios de diciembre, que indica que el 48% de las niñas y los niños son pobres desde una perspectiva que incluye la privación en el ejercicio de al menos uno de los siguientes derechos: educación, protección social, vivienda adecuada, saneamiento básico, acceso al agua segura y un hábitat seguro. Cabe recordar que hace casi tres años, en julio de 2016, ya como presidente, Mauricio Macri afirmó que había que evaluar su mandato por los indicadores de pobreza: “Si cuando finalice mi gestión no bajó la pobreza, habré fracasado”, dijo.

Lamentablemente, esta promesa y tantas otras quedaron en el tintero. Y no fue por incapacidad o errores. La situación actual es consecuencia directa de las políticas aplicadas. Los factores externos, ya sea la bien conocida guerra comercial entre China y Estados Unidos, la suba de la tasa de interés de la Reserva Federal, u otras medidas, no encontraron ningún tipo de “amortiguación” en las políticas locales aplicadas.

El temor a la ira

En reflexiones brindadas pocos días después de haber asistido a la cumbre del G20 en Buenos Aires, Lagarde estableció un paralelismo entre la globalización actual y la incipiente integración mundial que comenzó a gestarse antes de la Primera Guerra Mundial. Hizo referencia a las cinco décadas de “avance tecnológico notable” que precedieron a esa guerra en las que se produjo una “integración mundial sin precedentes” que “generó una gran riqueza que, sin embargo, no se distribuyó justa ni equitativamente”. Señaló que, como ahora, “la creciente desigualdad y la disparidad de los beneficios de la evolución tecnológica y la globalización produjeron una reacción”. Una situación que dio lugar a los enfrentamientos entre países que desembocaron ni más ni menos que en la Gran Guerra.

En este punto, Lagarde vuelve a nuestros tiempos para alertar acerca del advenimiento de lo que dio en llamar la “era de la ira”[1]. Ésta sería consecuencia de no actuar ante los hoy elevados niveles de desigualdad que incluso “podrían rebasar a los registrados durante la edad de oro” del capitalismo. Se instalaría un descontento permanente dentro de la “población abandonada, poniendo de manifiesto la disparidad entre su realidad y la posibilidad de vivir mejor”, lo que alimentaría la “ira”.

Esta situación contrasta con lo que Lagarde describe como “la era del ingenio”, con un escenario impulsado por “la creatividad y la cooperación”. Para lograr esto último, aclara, es necesario el trabajo conjunto de los países para “garantizar que las ventajas económicas de la globalización se repartan entre muchos, no sólo en unos pocos”. Una de las claves para alcanzar “la era del ingenio” tiene que ver con la cooperación entre los Estados y las multinacionales en materia impositiva. “Hoy por hoy, demasiado dinero de lo que se debería recaudar queda sobre la mesa gracias a la optimización fiscal y a un tipo de creatividad nociva”. Algo que puede verse claramente con los datos actuales disponibles: “se estima que entre 21 y 32 billones de dólares de riqueza financiera privada se encuentra localizada en jurisdicciones de baja o nula tributación (guaridas fiscales) alrededor del mundo” (Tax Justice Network). Este redireccionamiento de la rentabilidad de las multinacionales hacia guaridas fiscales para reducir sus cargas impositivas es materia de preocupación incluso en países centrales como Estados Unidos.

Más allá del diagnóstico efectuado por el FMI, la medicina que fomenta el organismo no es la adecuada. A todas estas reflexiones les estaría faltando un verdadero sentido de autocrítica ya que son las mismas políticas que recomienda el FMI (y que en la mayoría de los casos los países deudores siguen a rajatabla) las que generan los altos niveles de desigualdad. Las poblaciones de países tan disímiles como Grecia y ahora Argentina continúan padeciendo los efectos de las medidas económicas que el Fondo establece como condicionamientos para el otorgamiento de préstamos.

Otra etapa de la ira puede aparecer en los recientes cambios que se están dando en Brasil. Pero en este caso, una ira contra el Estado.

Paulo Leme, ex economista principal del FMI y ex ejecutivo de Goldman Sachs Group en Brasi, elogió ante 200 académicos argentinos a las autoridades económicas del próximo gobierno brasileñas, dado que la mayoría son cultores de las teorías ortodoxas.

Contó con entusiasmo que “Paulo Guedes (futuro ministro de Hacienda) estudió en Chicago y es el encargado de nombrar a todo el equipo, que está basado en una ideología liberal, pro mercado, con un ajuste fiscal muy serio, donde se privatizará todo lo que tenga nombre de gobierno”.

“Para las presidencias del Banco de Brasil y Petrobras, Guedes nombró dos ex Chicago Boys, que van a poner a vender todos los activos”, dijo el ex FMI.

Si quedaba alguna duda de la orientación económica del gobierno electo, Leme se encarga de despejarla. Más aún, analizando los desafíos a enfrentar, sostiene que “la parte de infraestructura está destrozada, los hospitales son muy precarios. Para eso hay que gastar mucho y justo se tiene que hacer lo contrario, cortarlo. Hay incompatibilidad de política”. El ajuste por encima de las agudas necesidades sociales.

Sea desde los organismos internacionales, como desde algunos gobiernos neoliberales, se realizan diagnósticos que revelan las crudas realidades por las cuales pasan las economías y las sociedades. Pero al momento de proponer las soluciones, éstas tienden a beneficiar a un reducidísimo grupo de súper ricos, achicando las economías y agravando las duras condiciones del resto de la población.

En el centro de estas políticas, tanto de los organismos internacionales como de algunos gobiernos, se encuentra una profunda redistribución negativa de la renta y la riqueza, que durará hasta que los ajustados digan basta.

[1] Hace alusión al nombre otorgado a una muestra de pinturas del artista ecuatoriano Osvaldo Guayasamín en la que la temática se basa en los conflictos bélicos y la injusticia social de los años sesenta.

Nota publicada en Nodal el 14/12/2018

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