Cuentas complicadas

Nuestras Voces | Opinión

En la recta final del mandato presidencial de Mauricio Macri, la economía será una de las variables fundamentales para definir la próxima elección. Aún faltan unos meses, pero se da por descontado que -en el mejor de los casos- seguirá todo igual. Macri dejará una economía estancada, con inflación elevada y crónica, condiciones de vida deterioradas, una deuda externa de magnitudes difíciles de administrar y, como si fuera poco, con el FMI como escriba del plan económico.

Ante este escenario poco alentador, el gobierno está desplegando políticas para tratar de llegar a octubre sin mayores sobresaltos. Hace poco decidió profundizar la contracción monetaria, manteniendo un nulo crecimiento de la base monetaria hasta noviembre, sin modificarla incluso en momentos de mayor demanda de dinero, como ocurre con el medio aguinaldo de junio.

Por otro lado, se despliegan políticas muy limitadas, por no decir mezquinas, como el adelanto del aumento de la AUH, el pago en cuotas de las tarifas de servicios públicos, y algún programa de subsidio de tasas para pymes. Este combo parece ser lo mejor –y lo único– que tiene para ofrecer el gobierno en un año donde el FMI espera una caída del PIB del 1,7% y, según el último Relevamiento de Expectativas de Mercado del Banco Central, la tasa de inflación sería del 31,9%, estimación que ya se considera como un piso.

El gobierno no tiene pensado dinamizar el mercado interno, tal como quedó demostrado en la orfandad de proyectos en ese sentido durante la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso Nacional. También ha renunciado a la inversión. Ya no se escucha hablar de “lluvia de inversiones”. El único caballito que le queda es subirse a las exportaciones, pero se trata de un motor que no alcanza para traccionar al resto de la economía.

El crecimiento no es un objetivo de política para este gobierno, comprometido exclusivamente con el cumplimiento de las metas de déficit primario acordadas con el Fondo. Al gobierno también le interesa lograr un superávit comercial para acumular dólares, adicionales a los que provienen del endeudamiento, una cuestión crítica para el FMI. El tema es si los conseguirá, porque recordemos que este gobierno liberó a los exportadores de todo plazo para liquidar las divisas. Algunos referentes sojeros con espalda financiera ya advirtieron que no liquidarán si el dólar no es el que ellos consideran conveniente.

El optimismo oficial daba por descontado que el sector externo ya estaba encarrilado en el superávit tras la dura devaluación de agosto pasado, y que la actividad había comenzado a dar signos de recuperación. Pero los últimos datos de comercio exterior relativizaron la posibilidad de contar con una balanza comercial positiva. En efecto, el superávit se contrajo a escasos 372 millones de dólares en enero, y a 460 millones en febrero. En 2019 los membretes oficiales llevan la leyenda “Año de la exportación”, pero hasta ahora, en el primer bimestre del año las exportaciones cayeron 0,7% interanual. A grandes rasgos, podría decirse que las exportaciones se vienen manteniendo prácticamente estancadas desde 2015 hasta la fecha. Contrariando a quienes pregonan por devaluaciones para aumentar nuestras exportaciones, durante el gobierno de Macri la economía argentina afrontó al menos tres episodios de fuertes correcciones del tipo de cambio y ninguno de ellos se tradujo en un boom exportador. No obstante, es probable que en meses posteriores se vuelva a expandir el superávit comercial, pero por el impulso recesivo de las tasas y el dólar sobre las importaciones. Hasta ahora quedan las promesas de “una cosecha record” para 2019. Otra vez más la zoncera de pensar “con una buena cosecha nos salvamos todos”, frase inmortalizada por el actor Julio de Grazia en la película “Plata Dulce”, que trataba sobre la especulación financiera durante la época de Martínez de Hoz.

Al visitar la feria Expoagro, Macri dijo al sector agropecuario: “Han hecho una revolución”. Recordemos que cerró la campaña presidencial de 2015 apelando a “la revolución de la alegría”. Pero hay productores que lo han votado y ahora empiezan a manifestar su disconformidad, como el caso de aquel que le dijo al secretario de Agroindustria Luis Miguel Etchevehere: “los productores agropecuarios estamos pasando por un momento muy difícil, muchachos; después de 45 años voy a dejar de ser productor, tengo todo en venta; es imposible que un productor pueda vivir con un crédito al 70%”.

Por su parte, en los dos primeros meses del año las importaciones se contrajeron un 24,8% interanual y llegan a los niveles de enero de 2016. No es algo para festejar, ya que si bien hay importaciones que compiten con la producción nacional, hay otras tantas que son necesarias para la expansión industrial. Las importaciones de bienes de capital disminuyeron 37,1% en el primer bimestre de 2019 respecto a igual período del año anterior. No tuvo lugar una reducción selectiva y administrada por el Estado en función de objetivos de desarrollo económico, sino que se dio de forma brutal, por el achicamiento del PIB. Una economía más pequeña necesita menos importaciones. Con una utilización de la capacidad instalada en la industria en el orden del 56,2% en enero, es difícil esperar un repunte en las compras de máquinas e insumos. En la industria automotriz, por nombrar un sector de envergadura que requiere un alto componente importado, el índice de utilización de la capacidad instalada se ubicó en 15,7%. Ello explica los anuncios de suspensiones en las automotrices que nos hemos acostumbrado a escuchar.

A modo de ejemplo, la experiencia indica que durante el 2001, aún en convertibilidad, la economía argentina registró superávit comercial, pero no de la magnitud que requería el balance de pagos. No fue suficiente para compensar la fuga de capitales. Pretender que los desequilibrios externos se corrijan con devaluaciones es pensar que la economía funciona como en los años sesenta, cuando los mercados de capitales no estaban tan desarrollados ni tenían la incidencia que tienen en nuestros días tras las desregulaciones de los gobiernos neoliberales. En el pasado los planes de estabilización ortodoxos del FMI tenían cierto asidero, lograban su objetivo, siempre a costa de dejar un tendal en el nivel de actividad interna. El problema es que desde la apertura financiera de mediados de los setentas, las crisis externas en la economía argentina son gobernadas por el lado financiero del balance de pagos. Los ciclos del producto ya no los marcan solamente los péndulos de las exportaciones e importaciones, sino las corrientes de entrada y salida de capitales. Por caso, el 25 de marzo pasado, tras la no renovación de un préstamo con bancos extranjeros, las reservas del Banco Central se redujeron en 533 millones de dólares, es decir, en un día se evaporó el superávit comercial de todo febrero. Es una quimera pretender enfrentar los grandes movimientos financieros con el saldo exportador.

Hoy en día hay que lidiar con otras fuerzas, y el abanico de variables con capacidad de incidencia es distinto. En ambos sentidos el escenario es más complejo. No es lo mismo negociar precios, impuestos y subsidios con un puñado de cámaras de productores y comercializadores locales, que negociar tasas de interés e intentar modificar los humores de mercado del sistema financiero internacional. Mucho menos ganar sentencias en disputas con fondos buitre o lidiar con jueces de Nueva York.

Volviendo al comienzo, a esta altura queda bien claro que el principal objetivo del gobierno actual es lograr el tan mentado equilibrio fiscal primario, mejorar la Cuenta Corriente del Balance de Pagos y contener las presiones sobre el dólar con endeudamiento externo. En el medio, la mayoría de los argentinos seguirá padeciendo las políticas que viene aplicando Cambiemos.

En octubre se presenta una oportunidad para recuperar el crecimiento y la mejora de la calidad de vida de la población. La capacidad está instalada, solo hay que ponerla a funcionar.

Nota publicada en Nuestras Voces el 07/04/2019

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