Aprender de la historia

Contraeditorial | Opinión

Por Carlos Heller

En las elecciones de medio término de octubre de este año, Cambiemos y sus aliados obtuvieron algo más del 40% de los votos. El 60% restante respondió a distintas fuerzas con discursos de campaña críticos de la actual gestión, lo que indica que la mayoría rechazó las políticas de la coalición de gobierno. No obstante, hay una sobrevaloración de los resultados del oficialismo y un martilleo mediático intencional que intenta indicar que la victoria fue arrasadora.

De la misma forma, muchos de quienes criticaron al actual gobierno en la reciente campaña electoral, hoy reflotan la tesis de la “oposición responsable” (sectores a los que yo llamo opo-oficialistas) y posibilitan la sanción de los proyectos estratégicos de Cambiemos.

Sin embargo, no es la primera oportunidad en la cual una fuerza política en el gobierno inicia su gestión con un apoyo que parece imbatible y que luego se va desvaneciendo en el tiempo, a veces relativamente pronto y otras no tanto.

Hagamos un poco de historia. El 30 de octubre de 1983 el candidato del radicalismo, Raúl Ricardo Alfonsín, alcanzaba la Presidencia con el 51,75% de los votos directos, seguido por el candidato peronista Ítalo Argentino Luder con el 40,16%. Un cambio fundamental que generaba grandes esperanzas, luego de casi 8 años de dictadura cívico-militar. La voluntad de permanencia en el poder de la UCR se puede vislumbrar en el llamado de Alfonsín a conformar un “tercer movimiento histórico”.

Dos años después, en la renovación de la Cámara de Diputados, la UCR obtiene el 43% de los votos, el Partido Justicialista el 34%, y el Partido Intransigente el 6%. Las dificultades en la situación económica y social cambiaron el panorama en las siguientes elecciones: en septiembre de 1987, el PJ obtuvo el 41,5% de los votos, lo que le permitió obtener la mayoría simple en Diputados; la UCR obtuvo el 37,2%.

En 1987 los comicios nacionales coincidieron con la elección de gobernador de la provincia de Buenos Aires. El ganador fue Antonio Cafiero por el PJ, y derrotó a Luis Casella, de la UCR, por más de un millón de votos.

La situación económica y social siguió deteriorándose, y Raúl Alfonsín debió adelantar la entrega del poder.

Carlos Menem llegó a la presidencia en 1989 con el 47% de los votos, frente al 32% del candidato radical Eduardo Angeloz. A diferencia de Raúl Alfonsín, el partido gobernante ganó las dos primeras elecciones legislativas en la provincia de Buenos Aires, en 1991 con Felipe Solá, y en 1993 con Alberto Pierri.

El 14 de mayo de 1995 Menem fue reelecto Presidente de la Nación con el 49% de los votos; en segundo lugar se ubicó la fórmula José Octavio Bordón-Carlos “Chacho” Álvarez, del Frepaso, con el 29% y en tercer lugar Horacio Massaccesi, de la UCR, con un 17%.

Esta colección de datos, que puede aparentar aburrida, evidencia sin embargo procesos de cambios políticos más que interesantes. Por ejemplo, la convertibilidad parecía al inicio imbatible, pero a medida que se fue prolongando evidenció sus debilidades y perjuicios.

Ya con la nueva Constitución vigente, Menem sufrió su primera derrota en una elección de medio término en 1997. En la provincia de Buenos Aires, con Graciela Fernández Meijide a la cabeza, la Alianza obtuvo el primer lugar con el 48,8% de los votos, y superó al PJ que llevó a Hilda “Chiche” Duhalde en el primer lugar de su boleta.

Dos años después, la consolidación de la Alianza llevó a Fernando de la Rúa a la primera magistratura, con gran apoyo y renovadas esperanzas. Pero, al no cambiar el modelo, la situación económica y social siguió agravándose. La convocatoria al padre de la convertibilidad, Domingo Cavallo, no cambió el rumbo al abismo, y a fines de 2001 De la Rúa debió renunciar.

La historia nos indica pérdidas del ímpetu inicial también en las dictaduras.

La dictadura cívico-militar que tomó el poder en 1976 se impuso a sangre y fuego. En lo económico, lanzó una serie de medidas que desarmaron todo resabio de regulación anterior, impulsando políticas que luego se denominarían neoliberales. Toda una novedad en aquellos tiempos, ya que dichas políticas pasan a ser la teoría dominante recién en 1979 con el Thatcherismo y en 1981 con la Reaganomics.

A poco tiempo de iniciarse las reformas económicas, en 1980 se dispara una crisis financiera significativa, junto con un impacto negativo de los incrementos de los precios internacionales (especialmente el petróleo) sobre la “tablita cambiaria”, un sistema de devaluación programada del tipo de cambio, que se termina disolviendo a fines de 1980.

Un caso también para analizar es el del golpe cívico militar de Juan Carlos Onganía en 1966, que derrocó al presidente Arturo Illia, y contó con el apoyo de cámaras empresarias, los intereses financieros internacionales e incluso de algunos sectores del sindicalismo.

Los medios habían instalado una campaña de desprestigio contra el gobierno de Illia. Se lo acusaba de ineficaz y lento, y se lo asoció a la figura de una tortuga. Sin embargo, la verdadera razón de las críticas se encontraba en importantes medidas tomadas, como la anulación de los contratos con petroleras extranjeras para impulsar la explotación del recurso por parte del Estado; la sanción de una ley de medicamentos que iba en contra de los intereses de los grandes grupos farmacéuticos; la ley de Salario Mínimo, Vital y Móvil que el gran empresariado objetó. También se rechazó la instalación del Chase Manhattan Bank en Argentina, a pesar de la visita de su propietario, el magnate David Rockefeller.

El general Onganía, quien soñaba con la eternidad en el mando, congeló los salarios, devaluó el 40%, disolvió los partidos políticos, condicionó el derecho de huelga, impuso el arbitraje obligatorio, modificó la ley de indemnizaciones y aumentó la edad para jubilarse.

Un mes después del golpe, la Policía utilizó una violencia brutal para desalojar a los estudiantes, docentes y graduados de la UBA, en lo que se conoció como “La Noche de los Bastones Largos”. En años de crisis, devaluación y represión gremial y estudiantil, surgió el “Cordobazo” que tomó cuerpo en junio de 1969. Este movimiento popular marcó el comienzo del fin del gobierno de Onganía y abrió el camino al retorno a la democracia, cuatro años después.

Podríamos seguir retrocediendo en el tiempo en la búsqueda de ciclos o proyectos que se iniciaron con una idea de perpetuidad y triunfalismo, y que luego fueron debilitándose poco a poco. Cada proceso ha sido distinto, y así lo serán los futuros, y no hay tiempos ni patrones en la permanencia o ruptura de los mismos. Sin embargo, la historia sirve también para encontrar paralelismos en los distintos procesos políticos y económicos.

 

Las enseñanzas de la historia

La colección de sucesos políticos comentados es ilustrativa y nos permite sacar conclusiones fructíferas, que pueden ayudar a la construcción de un imaginario que permita resistir el embate político y cultural del gobierno actual y de los medios de comunicación hegemónicos.

Todos los procesos basados en políticas conservadoras -presentados como necesarios e irreversibles- terminaron presos de su propio desgaste, producto de las condiciones económicas y sociales imperantes.

En cambio, se puede sostener que desde el comienzo de la globalización neoliberal, la única experiencia donde ello no ocurrió fue durante la gestión kirchnerista, cuando se buscó una distribución positiva del ingreso y una mejora en las condiciones sociales. Fue el único proceso político que finalizó sin crisis y con indicadores económicos y sociales más que aceptables, independientemente de que no todo se haya hecho correctamente y que algunos cambios hayan quedado pendientes.

Nos encontramos hoy ante la premura del gobierno actual para validar una serie de cambios significativos que afectarán la vida cotidiana de la gente (entre ellos fiscales, previsionales y laborales). El proceso fue definido por el Presidente como un “reformismo permanente”, necesario para alcanzar los “veinte años de crecimiento”. En estos eslóganes aparece clara la idea macrista de perpetuación en el tiempo.

En este difícil contexto, ya está apareciendo un germen de resistencia popular. El domingo pasado, los gremios de la Corriente Federal, junto con las dos CTA y otros grandes gremios, llegaron a un acuerdo para manifestarse en un frente común contra el recorte de derechos laborales y el ajuste. Este es un interesante camino, embrionario por el momento, pero que con seguridad irá creciendo, a medida que la población vaya teniendo una mayor conciencia de cómo afectará el modelo económico los distintos aspectos de su vida.

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