El FMI sigue ajustando

Tiempo Argentino | Opinión

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El Fondo Monetario Internacional continúa con sus recetas de liberalización y ajuste. En un reciente informe expresa las perspectivas económicas para el continente bajo el título “Las Américas: ajustando bajo presión”. Un pronóstico a todas luces sombrío.
El organismo internacional sigue con las mismas recetas de los noventa, pero con un nuevo léxico, utilizado para enmascarar sus políticas habituales: “Desde una perspectiva a más largo plazo, la desaceleración en curso subraya la importancia de aplicar reformas estructurales para aliviar las graves restricciones del lado de la oferta y estimular el crecimiento a largo plazo, incluidas aquellas reformas dirigidas a impulsar la productividad (léase baja de salarios y/o aumento de ganancias empresariales), subsanar las deficiencias de infraestructura (léase privatizaciones) y promover la diversificación de la economía (léase desregulación)”, puntualiza en el documento.
Las políticas de liberalización continúan como eje de sus “recomendaciones”. Agrega el informe: “Desde el punto de vista de la política económica, la flexibilidad cambiaria sigue siendo la primera línea de defensa y debería facilitar el ajuste externo.” En definitiva, la flexibilidad cambiaria, tal como se la define, no es ni más ni menos que el respeto absoluto de las tendencias que marcan los mercados.
Más allá de este enfoque global, el Fondo viene bregando activamente por la desvalorización de las monedas de la periferia. El argumento básico es que la flexibilidad cambiaria “puede ayudar a atenuar” el impacto del descenso de los precios de las materias primas. Tiempo atrás presentó un estudio en el que resalta el impacto positivo de la depreciación sobre el comercio exterior. Un estudio de corte “generalista” que combina lo ocurrido en tres décadas tanto en países desarrollados como en desarrollo, y que omite sin pudor alguno las especificidades de cada economía.
La letra chica del estudio deja ver otras cuestiones interesantes. En particular cuando sostiene que las variaciones de los tipos de cambio tienen “implicaciones para la dinámica de la inflación”. Son los típicos “efectos colaterales” de las políticas que impone el Fondo y que las fuerzas neoliberales de la región intentan ocultar.
No obstante, existen otras voces en los ámbitos multilaterales. Una de ellas pertenece a la CEPAL, que alerta sobre los “efectos limitados” de las depreciaciones de las monedas de la región. Sin ir muy lejos, podríamos pensar en Brasil, que combina una feroz devaluación con una aguda contracción de sus niveles de producción.
Este país sudamericano, según el FMI, “debe seguir impulsando el proceso de consolidación fiscal a fin de estabilizar la deuda pública, mientras controla la elevada inflación (que ronda el 9% anual)”.
Con respecto a Colombia y México, el Fondo comenta que se planea una consolidación fiscal a fin de encauzar la deuda en una trayectoria descendente.
En el informe se encuentran repetidas citas a la consolidación fiscal, una política que, lo he dicho en varias oportunidades, perturba seriamente el crecimiento de una economía. Un impacto que está definido sin amagues por el FMI al hablar de Estados Unidos: “La consolidación fiscal continuará este año, aunque a un ritmo más lento y generando una menor contribución negativa al crecimiento que el año pasado.” Confesión de parte.
Sobre nuestro país, el FMI sostiene: “La eliminación de las distorsiones de precios y del tipo de cambio, junto con un ajuste fiscal y una política monetaria algo más restrictiva, elevarían la confianza del sector privado e impulsarían el crecimiento a mediano plazo en Argentina.” A diferencia de las recomendaciones para el resto de las naciones, que se centran en la consolidación fiscal, en nuestro país habla en forma inclemente de “ajuste”. Son las políticas definidas en el Consenso de Washington que se comenzó a aplicar en los noventa y aún continúa vigente, a pesar de la severa crisis internacional que sus ideas gestaron.
Como resulta habitual, el Fondo mantiene el doble discurso, preocupado por los efectos negativos del ajuste fiscal sobre el crecimiento de los países desarrollados, pero impulsando su aplicación sin miramientos en los países en desarrollo. Este enfoque, y las experiencias recientes, exponen a las claras los mecanismos que utilizan las economías avanzadas (y los organismos internacionales dirigidos por ellas) para hacerle pagar el costo de la crisis a la periferia.
La función del Banco Central
La liberalización y el respeto por las reglas del mercado que propone el FMI se adaptan perfectamente a las ideas inspiradoras de la denuncia realizada contra el presidente del BCRA, Alejandro Vanoli. El supuesto delito sería la venta de contratos de dólar a futuro, a un precio que coincide con el valor de la moneda extranjera previsto en la Ley de Presupuesto Nacional 2016.
Una denuncia que está teniendo un trámite que sorprende por su celeridad, más aun cuando se decide allanar el edificio del BCRA en plena operatoria bancaria, en busca de información que ya había remitido la autoridad monetaria al juzgado respectivo. No está en discusión que el accionar de la justicia debe ser independiente, pero resulta legítimo reclamar la necesaria prudencia procesal para evitar procedimientos innecesarios y que, por dicha característica, sólo generan un impacto mediático.
Tanto la denuncia, como quienes la sostienen, proponen que el BCRA debería vender a los valores del mercado de Nueva York, establecidos a partir de operaciones de elevado carácter especulativo.
Si el BCRA se apega a los vaivenes de los mercados externos, difícil le sería cumplir con sus misiones de promover la estabilidad monetaria y financiera.
Más aun, quebrantaría su mandato de cumplir sus objetivos “en el marco de las políticas establecidas por el gobierno nacional”, como reza su Carta Orgánica, sancionada en 2012.
La denuncia realizada pone en juego dos concepciones distintas de la misión del BCRA y del manejo de la política monetaria. Una de ellas es la de un banco central “independiente”, definición tramposa puesto que la autoridad monetaria siempre persigue una política, en este caso, según las señales de “los mercados”. Mercados que no son otros que los jugadores concentrados del sistema financiero, nacional e internacional. Su modelo es la anterior Carta Orgánica sancionada en 1992, y aquellos bancos centrales que aplican las “metas de inflación”, por las cuales la actividad económica queda a merced de las políticas de ajuste para contener el aumento de los precios.
La otra concepción refiere a un Banco Central que trabaja en sintonía con las políticas del gobierno estatal, fortaleciendo la moneda nacional con objetivos que van más allá de defender el valor de la moneda, como fomentar el empleo y el desarrollo económico con equidad social. Su modelo es la Carta Orgánica vigente.
Estos dos modelos de Banco Central son los que se han puesto en discusión a partir de la denuncia mencionada. No es sólo una discusión teórica. La aplicación de estos dos modelos en la economía argentina ha dado resultados concretos (y antagónicos) como para que quede bien en claro de qué se habla cuando se hace referencia a cada uno de ellos. «

Artículo publicado en el diario Tiempo Argentino el domingo 22 de Noviembre de 2015.

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